Tras la pandemia y desde el confinamiento, muchos nos hemos dado cuenta de que somos más que impacientes. El teletrabajar desde casa ha irrumpido como un modo de vida laboral y con todo el tiempo “desde casa”, queremos que las cosas sean prácticamente para “ayer”.
Así que solemos reconocer que sí somos impacientes, que es un arte que no dominamos porque lo de la calma simplemente, no va con nosotros. Algo que es entendible en un mundo donde reina la inmediatez y el ritmo de vida es frenético. Hasta que llegó la pandemia y nos dio el respiro necesario para evaluarnos a nosotros mismos.
La ciencia ahora determina por qué somos por naturaleza impacientes. En una investigación publicada por la American Psychological Association (APA) en el Journal of Experimental Psychology: General, explican las razones de este comportamiento que va más allá, incluso cuando tengamos conocimiento de que seremos recompensados en un tiempo determinado.
El estudio
Un grupo de investigadores conformado por los doctores Ping Xu, Claudia González Vallejo yBenjamin Vincent, junto a expertos de diversas universidades buscaron comprender cómo las personas manejan las recompensas y el tiempo, así como cuál de estos elementos pesa más a la hora de tomar decisiones.
Se trató de una investigación de intercambios intertemporales, donde se le presta atención al proceso de “canje” que se da entre la obtención o disminución de una recompensa asociado al tiempo que tomaría cada caso.
Para esto, utilizaron lapsos de tiempo cortos (segundos) y cantidades bajas (centavos) para poner a las personas a prueba. Durante la investigación, todos podrían tener una cantidad menor de centavos de inmediato, o esperar unos cuantos segundos y quedarse con una más grande.
La diferencia de tiempos, como vemos, solo era de unos segundos entre la primera posible recompensa y la segunda. Se esperaba que la gente al evaluar el tiempo invertido y los posibles beneficios, no tomarían en cuenta un tiempo tan incipiente y optarían por la recompensa mayor. Aunque ocurrió lo contrario: estos preferían solo tomar lo que se les ofrecía de inmediato e irse.
“En general, la gente es muy impaciente”
Los investigadores pudieron comprobar que los tiempos de espera, incluso cuando son tan solo de segundos, cuentan –y mucho–. En consecuencia, “somos impacientes de naturaleza”.
Utilizando modelos matemáticos vislumbraron dos posibles razones para esta conducta impaciente generalizada. En primer lugar, una de las teorías expone que cuando se debe verdaderamente “vivir” el lapso temporal sin distracciones, éste se siente más largo. Por otra parte, la segunda indica que la percepción de la “cantidad” de la recompensa termina por devaluarse en relación inversamente proporcional al tiempo que se debe esperar por ella.
En pocas palabras, mientras más tiempo debamos esperar, menos atractivo parecerá el premio. Esto incluso cuando dicha recompensa, por sí misma, sí llega a ser muy llamativa. Por ahora seguirán estudiando para comprender mejor la relación entre nuestros procesos de decisiones, las recompensas percibidas y los lapsos de espera.
¿La impaciencia y el coronavirus?
Este estudio cobra interés con la pandemia del coronavirus. ¿Fuimos impacientes como gobiernos para tomar decisiones? La extensión del virus quizás se deba a la impaciencia ante un confinamiento que luce largo y de allí los rebrotes que se han observado. Si fuésemos más pacientes, quizás medidas preventivas se hubieran podido tomar con un resultado mejor del que tenemos hoy.